viernes, 7 de noviembre de 2008

Pokemona choriza se arrienda por quina en plaza de Av. Nueva San Martín.

A pocos metros de una caseta de seguridad y entre corredores de vermú destaca una chica de polera amarilla cuya particular oferta es un pito o una chupaita por $500.

Colocando la debida constancia en carabineros pienso que es lo que ha motivado tal situación. La respuesta seguramente se encuentra en el interior de la familia de aquella muchacha. Es probable que posea padres que hacen todo por obtener el auto último modelo, por qué ella no habría de hacer todo por obtener las zapatillas de marca y el celular de última generación.

En el sector habitan muchas familias que intentando dejar atrás las miserias de la ciudad decidieron irse a vivir a aquel bucólico sector de Maipú, pero olvidaron dejar atrás sus propias miserias. Diagnostico claro para un vendedor de halados del sector al cual comento mi hallazgo, pero imperceptible para gran parte de la comunidad que disfruta exhibiéndose de manera fatua, aparatosa y vacía en sus 4x4 e intimidando a sus vecinos con perros pitbuls.

Hay una suerte de explosión de orgullo que se manifiesta en la existencia del espíritu de duda, en el libre examen del actuar, en la libre interpretación de las cosas, conducente a un sentimiento de superioridad, donde todo se encuentra permitido. De igual forma hay una suerte de sensualidad donde el deleite y el goce son sinónimos sin frenos de las groseras delicias de la carne. Del amor al sacrificio claramente poco va quedando.

La austeridad y el temple le han cedido lugar a un afán progresivo por una vida llena de deleites, excesos y lujos. La exaltación de los sentidos va engendrando crecientes expresiones de decadencia y molicie. Al final se termina con una mengua de la seriedad, desarticulando la vida familiar, derribándose todas las barreras. En suma, se termina con una adolescente vendiendo droga y ofreciendo su cuerpo por la módica suma de $500.

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