Cada año somos testigos de una serie de movilizaciones estudiantiles que perturban el correcto y normal desarrollo del año académico, erosionándolo y haciéndolo perder constancia y rigurosidad.
Mientras en algunos aspectos se reprochan las conductas de grupos que, desconociendo los canales establecidos institucionalmente y la cultura democrática que hemos cimentado en la sociedad, luchan por establecer mediante el uso de la fuerza su visión. En el ámbito educativo la actitud es distinta.
Algunos avalan la violencia y otros se muestran indiferentes frente a los actos expropiatorios realizados por los estudiantes, quienes desconocen que la Educación carece de dueños y no es patrimonio de grupo o individuo en particular. Esta actitud complaciente frente a los indignos actos de paros y tomas no hacen más que perpetuar la idea de que no son las virtudes de la fraternidad, al diálogo y la cooperación los medios de solución de los conflictos que se nos presenten como sociedad, sino que es la violencia fundamentada en una farsa manipulación del ejercicio democrático que se intenta manifestar en asambleas, la solución a estos problemas.
Ciertamente todos tenemos derechos a manifestarnos, pero dado el nivel actual de complacencia frente a la violencia y la negación al diálogo, hoy quienes desean manifestarse los hacen y quienes desean estudiar ven las manifestaciones por la televisión.
jueves, 7 de julio de 2011
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