jueves, 29 de mayo de 2008

POBREZA CONVENTUAL.

Los museos son un tema tardío en la cultura chilena. Chile, a diferencia de países precolombinos ricos en artes y artesanías, y sin la inmigración abrumadora que tuvo Argentina de italianos productivos, parecía el heredero más directo de esa España que desprecia todo canto se trabaja con las manos.

Lo cierto es que, salvo Don Benjamín Vicuña Mackenna y un puñado más, Chile avanzó varis décadas dando su espalda a los objetos precolombinos y coloniales, perdiendo la oportunidad de consolidar u patrimonio de peso. Por eso se debe ir a Suecia a conocer las dalcas australes –proeza del diseño náutico-, o a Inglaterra en busca de la estatuaria mapuche. Recién en los años ‘70 advertimos un cambio cultural. El gobierno del Presidente Augusto Pinochet, en aras de rescatar el Chile histórico, aportará iniciativas (especialmente el Museo Histórico Nacional en su traslado a la Plaza de Armas), que reivindican el pasado nacional. La Izquierda, por su parte, en su acercamiento al mundo popular y a los pueblos originarios, también aprenderá a valorar los productos de la materia. La multiplicación de carreras universitarias e institutos profesionales aportará lo suyo, personal mejor capacitado para conservar, administrar y gestionar recursos. Sin embargo, luego de 1990 ni los gobiernos de la Concertación ni los personeros de la Alianza se han caracterizado por apoyar proyectos relacionados. Las razones pueden ser muy atendibles, las urgencias económicas y sociales eran y son acuciantes, pero no han tenido un compromiso que, en otras latitudes, ha impulsado el apoyo del mundo privado.

En la gran mayoría de los países, el aporte privado e fundamental. En otras palabras, los museos son un campo de expresión de los valores de una sociedad: salvar esos patrimonios que encarnan rasgos de identidad colectiva.

Ojalá que los deseos de la Dirección de Bibliotecas y Museos encuentren eco de aquí al Bicentenario. Que el Ministro de Hacienda y el Director de Presupuesto sean más sensibles, dada la bonanza del cobre, y que los alcaldes incluyan los museos en sus agendas. Pero, finalmente, el peso recae en la sociedad.

Si no conocemos el pasado común, los hilos de nuestra historia que llevan al presente, los valores y logros de otras comunidades, no nos extrañemos que nuestro sentido de identidad y pertenencia sea bajo. O que, spray en mano, se agreda el patrimonio tangible.

Los museos nacieron para ostentar trofeos obtenidos tras triunfar sobre un enemigo, el botín de guerra que exaltaba el orgullo local; forjaban su identidad. Hoy son testigos de una lucha entra el tiempo, ese que corroe las paginas de los libros, el óleo de los retratos y hasta os mármoles.

Pero el mensaje final es similar, conocer al hombre en sus objetos, sentir la pertenencia a una comunidad, ir más allá de uno mismo, decirle al viajero quiénes somos.

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